
El nombre de la Logia indica su esencia: todo francmasón, en su Iniciación, muere simbólicamente para renacer. La Iniciación no lo convierte en otra persona, pero sí le abre el camino de una nueva vida en la que habrá de proceder de otra manera gracias al estudio, al trabajo y al perfeccionamiento personal. La vida que ha llevado hasta ese instante, sin duda útil y necesaria, queda atrás. El Francmasón debe renunciar a parte de sí mismo y elevarse hacia un renacer que no destruye nada pero sí cambia, completa y sobre todo perfecciona. En ese renacimiento, como en el que vivió la Humanidad en los siglos XV y XVI, no hay miedo, no hay rupturas drásticas, pero sí un antes y un después: el que supone el comienzo de un trabajo iniciático, una trayectoria interior que no concluirá nunca y que, si se hace con rigor y equilibrio, cambiará el centro de gravedad de la psique de cada cual, del mismo modo que el conocimiento y la reflexión cambiaron, hace quinientos años, la comprensión del mundo, del universo y del hombre mismo. La Humanidad despertó entonces gracias a la luz del saber; nosotros aspiramos a despertar también, a renacer iluminados por la Luz del conocimiento iniciático.
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